Aunque estuviera
en el lugar más maravilloso de la tierra
no cambiaría nada, el dolor seguiría estando ahí.
Estaba sentada
en un banco de la estación, como tantas otras veces, esperándote. Pero sabía
que esta vez no vendrías. Que por mucho que esperara, que aunque mirara a cada
persona que bajaba de cada uno de los trenes, tu no estarías.
Ya era
tarde, la luz había desaparecido por completo, y no llegaría ningún tren más
hasta el día siguiente.
Una parte
de mi sabía que tenía que regresar a casa, que no debería quedarme más tiempo aquí
sola, pero mi cuerpo y alma se negaban a obedecer.
El dolor
oprimía mi corazón con fuerza con cada fugaz pensamiento sobre ti. Ya no
lograba que las lágrimas abandonaran mis ojos.
Al recordarte
mi corazón se encogía, mi garganta luchaba por gritar y mis ojos no dejaban de
sangrar lentamente cada pedazo de mi maltrecha alma.
Mi mente
es tuya, mi corazón es tuyo, y mi alma vuela hecha lágrimas a buscarte...
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